LeilaLeila nació en AL-Jiflik en 1962. Su familia eran refugiados desde 1948, originalmente del pueblo Al Nfaat, cerca de Al khdarah situada al norte de Palestina, en la actualidad alrededor de Haifa. Leila nos dice: «Yo nunca he estado en el pueblo de mi familia, pero he oído que la tierra agrícola es muy buena.» Esta tierra se utilizaba para sembrar sandías y hortalizas. En la aldea de Al Nfaat, la familia de Leila tenía una buena casa y un buen empleo.

Hasta 1967, la familia de Leila vivió en el campamento de refugiados de Abu Ajaj. Después las fuerzas de ocupación israelíes obligaron a su familia a salir de este campamento, que fue destruido, para trasladarse a un pueblo cerca de la estación de gas de Al Jiftlik, en la carretera principal que va desde Amman a Nablus.

Nos dice que ella y sus nueve hermanos (dos niñas y siete niños), junto con su padre y su madre vivían todos juntos en Al Jiftlik. Estuvieron en esta zona, donde ganarse la vida era prácticamente imposible, hasta que su padre y su madre finalmente fallecieron. Poco después, todos sus hermanos y hermanas abandonaron la zona debido a que no era posible cubrir las necesidades básicas, como el agua o la vivienda. «Las autoridades israelíes no nos permiten construir o renovar las casas», nos dice: «Todos se fueron excepto yo y uno de mis hermanos». Algunos de los hermanos de Leila se encuentran ahora en Jordania y otros están en Tulkarem, donde pueden acceder al agua y tener tierras agrícolas.

Leila se encuentra todavía en Jiftlik con su hijo. Se casó en 2000 con su esposo, quien es un refugiado palestino que vive en Jordania. Pasó cuatro meses con ella en Jiftlik, pero se vio obligado a regresar a Jordania y ahora tiene restringida la entrada al país. Leila y su hijo lo han visitado un par de veces, pero es demasiado caro para ellos viajar de ida y vuelta, por lo que no puede mantener un contacto frecuente con su marido. Su esposo no puede encontrar trabajo en Jordania, por lo que para mantenerse a sí misma y a su hijo, Leila no tiene más remedio que trabajar en un asentamiento.

«Me levanto a las 4 de la mañana y despierto a mi hijo para lavarle la cara y llevarlo a la escuela. Él tiene ahora de 12 años. Mi hijo tiene una vida muy difícil. Cuando tenía dos años yo tenía que ir a trabajar a las 5 am. Así que le dejaba comida y agua para él. No tenía otra opción. Y cuando vuelvía me lo encontraba durmiendo en el suelo”. Leila nos explica que algunos días no tenía ni pan para comer. Leila no comía durante días, pero aún así alimentaba a su hijo con leche de su pecho. Leila reza y da gracias a dios, no sabe cómo superó todas estas dificultades cuando su hijo era un bebé. Ella está agradecida de que su hijo sea mayor ahora, y que él pueda conocer cómo son las cosas en su torno porque él es muy inteligente. Ella explica: «Ahora le hago la comida y el té, y lo despierto antes de irme. A veces lo llamo por teléfono. Pero cuando era pequeño, era muy difícil para mí dejar a mi hijo solo.» La casa de Leila no tiene paredes, ventanas, puertas o una cocina. Ella misma dice que su casa parece más un establo de animales, con sólo una valla alrededor. Tiene un techo de metal, que alcanza temperaturas muy alta con el sol del desierto, por lo que era muy difícil para ella dejar sólo todo el día a su hijo pequeño en casa. Además pasaba siempre mucho miedo pensando que una serpiente o un escorpión podían entrar en la casa y dañar a su hijo.

«¿Por qué quiero escribir sobre mi vida?» Leila se pregunta con tristeza, «es muy difícil para mí recordar esto. Me acuerdo de todas las dificultades y siento un gran dolor dentro de mí. Me duele la cabeza. Me siento muy triste por todos los días que dejé a mi hijo solo. ¿Cómo podía dejarlo sólo en la casa con solo dos años? Me esfuerzo por aferrarme a la vida. Yo no soy débil. Lucho por mí y por mi hijo. Nadie me ayuda. Lucho sola. Quiero a mi hijo mucho y me siento muy triste por él. Cuando estaba trabajando en el asentamiento lo oía llorar y yo me ponía a llorar también. Así es nuestra vida y aún así luchamos por permanecer con ella «…

Leila explica que ahora se siente muy cansada y está enferma. Ella ha estado trabajando los últimos veinte años de su vida. «Cuando me despierto por la mañana, estoy tan cansada que casi no me puedo levantar.» Pero no tiene elección, debe seguir trabajando en el asentamiento.

«Pasé días muy difíciles», nos dice, «Si estoy cansada o enferma, si hace frío o calor … me tengo que ir a trabajar todos los días. Me tengo que despertar a las cuatro de la mañana para entrar a las cinco. Incluso si estoy enferma, muy enferma … me tengo que ir. «

Leila espera que algún día pueda ver el pueblo donde vivía su familia antes de 1948. «¿Por qué no? Todo el mundo ama el lugar donde nació, su propio país. Tenemos que verlo. Tengo una gran esperanza en la vida. Sin esta esperanza no voy a ser capaz de continuar. Espero que mi hijo va a continuar su educación, no quiero que su vida sea aún más difícil. Quiero olvidar todas las dificultades. Espero que antes de morir, pueda verle feliz y con una buena vida y espero que mi experiencia en la vida, le sirva para enfrentarse a las cosas. Sigo siendo fuerte y voy a continuar resistiendo para verlo».