Abdel halimAbdel Halim (de 42 años) es uno de los tantos palestinos que viven en el Valle del Jordán y sufren el acoso de la ocupación israelí. Abdel vive en Al Jiftlik con su mujer, sus cuatro hijos y dos hermanas. Su familia vive desde hace generaciones en el Valle. En 1967, durante la guerra de los seis días, la mayoría de los palestinos se vieron forzados por la ocupación israelí a emigrar a Jordania. Israel se apropió de todas las tierras de los que emigraron, los que se quedaron sufrirían el constante acoso de las fuerzas militares israelíes para forzar su salida también. Muchas tierras fueron confiscadas y separadas por el muro, quedando poblaciones completamente aisladas. Las tierras que quedaron en manos palestinas las autoridades israelíes no permiten la construcción de casas ni ningún tipo de infraestructura sin el permiso de ellos.

Seis meses después de terminar la guerra comenzaron a establecerse asentamientos de colonos israelíes en las zonas más fértiles del Valle, apropiándose de todos los recursos hídricos. Para el mantenimiento de estas colonias, cada vez más numerosas, crearon toda una red de abastecimiento de agua, dejando los pozos palestinos secos e insalubres. Las medidas que impusieron a los habitantes del Valle iban desde limitar la cantidad de agua que los granjeros palestinos podían sacar de sus pozos hasta prohibir cavar nuevos pozos o renovar los existentes. En la actualidad los palestinos del Valle del Jordán no tienen acceso al agua potable, ni para consumo propio ni para actividades agrarias o ganaderas.

Las comunidades que viven en el Valle tienen como único sustento la agricultura y la ganadería, por lo que la falta de agua potable hace casi imposible la vida en esta zona. Para su propio suministro las únicas opciones con las que cuentan es la compra de agua a Mekorot, compañía nacional hídrica israelí, o acceder a los pocos pozos en manos palestinas ya casi secos y salinizados. La compra de agua a los israelíes supone entre un 30% y un 80% de los ingresos de las familias, por lo que mantener sus granjas y cultivos se torna muy costoso.

Esta no es la única forma en la que las fuerzas israelíes hacen difícil la vida a los habitantes de estas comunidades para que emigren. El derribo constante de casas, la imposibilidad de conseguir permisos para nuevas construcciones o renovaciones de las ya existentes es otra práctica habitual para complicar la vida a los habitantes.

Abdel Halim trabajando sus tierrasEn 2006 a Abdel Halim le dieron el permiso para construir su casa y pocos meses después de haberla construido le llegó el aviso demolición. Las autoridades israelíes utilizaron como pretexto que la casa no estaba a 25 metros de la carretera como dicta la normativa, si no a 22,5m. La opción que le dieron, fue mover su casa, y dado que esto no era posible obviamente, se procedió a su derribo. Ahora viven en una casa con el techo de metal, bastante calurosa en verano y muy fría en invierno, donde carecen de electricidad y agua corriente. Abdel es uno de tantos agricultores palestinos que ven como la falta de agua y el constante derribo de infraestructuras hacen peligrar su forma de vida.

La agricultura palestina se ha visto obligada a cambiar los tipos de cultivo que tenían desde hace generaciones debido a la falta de agua. El acceso al mercado de los productos agrícolas palestinos se ve limitado por la incursión de los mismos productos, que se cultivan en los asentamientos. Al ser los asentamientos más fértiles y productivos sus cultivos resultan más numerosos, por lo que abaratan el precio en el mercado. Su posición en el mercado internacional es nula, ya que las compañías israelíes no permiten su exportación si no es a través de ellos, y el precio al que se lo compran es demasiado bajo para que les sea rentable.

A pesar de todo los agricultores palestinos confían en el futuro; «esperamos que algún día podamos volver a construir pozos de agua y mejorar nuestras técnicas de riego, y sobre todo que nos devuelvan nuestras tierras», desea Abdel Halim.